viernes, 31 de mayo de 2013

Hallazgos de un día cualquiera VIII: en el Parque Rivadavia





Sábado con sol, almuerzo con un vino rico para brindar y paseo por el Parque Rivadavia. Primera experiencia de canje de libros. Una amiga nos guía en el laberinto de los puestos del parque. Y, luego, llegamos al puesto 41, el de Ana, de la que tanto he oído hablar, aquella vendedora que pasó por Filo hace unos cuántos años, que le gusta mucho la literatura para niñxs y que te reconoce el cincuenta por ciento del valor del libro que lleves para canjear. Ana se alegra cuando ve que voy directo a la zona donde están los libros para niños. Reviso, me detengo a leer alguna contratapa, encuentro mi amado Toby y mi delicado El país de Juan. Ya los tengo. Sigo mirando y separando algunos títulos. Ana, cálida, me muestra los otros libros, los libros ilustrados y libros álbum que tiene más allá, casi como escondidos, entre un mar de libros y más libros.
De todos los libros que compré esa tarde de sábado, elegí tres para reseñar aquí.

Veintitrés historias de un viajero de Marina Colasanti (Norma, 2010), un ejemplar nuevo a mitad de precio, con ilustraciones de la propia autora. Una historia en la tradición de Decamerón de Bocaccio, un viajero que llega a las tierras de un príncipe con miedo, oculto detrás de murallas altísimas que “no bastan para detener el miedo”. Un viajero que viene de lejos y viaja con destinos lejanos se detiene en ese reino. Un viajero “un hombre para quien el mundo es un abanico abierto”. Un viajero que cuenta historias y que tuerce el destino de ese príncipe que decide ser otro y viajar hacia donde lo lleve el viento, o hacia donde el viajero marque su destino. Uno, dos, tres relatos por día; o un relato por día va tejiendo la estructura de esta novela narrada que se narra a medida que vamos leyéndola, entre el marco de la historia en el que príncipe y viajero hacen una trayectoria hasta la frontera y las historias que narra el viajero. Deliciosas y sutiles historias de personajes atrapados por el amor, la muerte, el prejuicio, el poder, el mal, la opresión, la codicia y la libertad. Y un destino más allá de la frontera.


Manta de estrellas de Ricardo Lísias e ilustraciones de Itziar Ezquieta (OQO editora, 2005), un exquisito libro de tapas duras y sugerentes ilustraciones. Una novela en veintiséis capítulos que narra las vicisitudes de un niño de la calle, de un niño que trata de escapar de la rutina dolorosa de los sin techo y sin comida a través de la posibilidad de aprender a leer y escribir. Un mundo de desamparo y dolor, de miedo a los más fuertes –ajenos o cercanos-, de deseo de ser otro, de enorme desigualdad. Un cura que acompaña ese estar en el mundo con la provisión de comida, alguna ropa y la posibilidad tal vez de alfabetizarse y que menino considera como un refugio mientras dura de esa realidad hostil. Y la imaginación como salida en unas piedras donde el juego se inscribe y la noche puede ser un reparo o una amenaza.








 Las ilustraciones metonímicas con predominio de negros, blancos, rojos, azules y grises van construyendo otra lectura posible del texto verbal y nos abrigan, aunque sea por un rato, de la historia desoladora del menino.  







La montaña de Einar Turkowski (Libros del Zorro Rojo, 2012). Una montaña como metáfora de desgracias  y pesadillas en un país donde la realidad se construía al revés de lo esperable. Una montaña que cambiaba a aquellos que se atrevían a desafiarla y escalarla. Una montaña hostil que desplegaba historias de viejas y chismes en la comunidad. Una montaña para ser narrada. Y un caminante que sorprendido por el cartel ¿“Sabés ver?” al pie de la montaña, se animó a conjurar los miedos y recorrerla. Escalar la montaña como un viaje impredecible que descubre dimensiones ocultas a los ojos pueriles de los mortales, presenta matices sorprendentes, colores extraños, una escalera que lleva a no se sabe dónde, un lugar donde todo está por ser descubierto si se sabe mirar detrás de las apariencias.


 Cada fragmento de la historia, cada detalle dialoga con las ilustraciones en carbonilla que se agrandan ante el ojo del lector, o se achican para en una doble página mostrar las múltiples variantes de esa montaña que se cuenta en las voces del pueblo, o se transforman en una imagen donde el texto funciona como si se tratara de un epígrafe.





Tres libros, entre tantos, que estaban esperándome ahí, en ese puesto del parque Rivadavia. Tres historias que son muchas historias en tanto lectorxs querramos descubrirlas. 
Espero que les gusten estos tres hallazgos y vayan por más al Parque Rivadavia. 
Besos, 

2 comentarios:

  1. Qué hallazgos, Vale! Quiero ir a tu casa y poder contarle alguno de esos cuentos a tu sobrinito, como la última vez...Te acordás?
    genia Ana, me encanta la gente que ama lo que hace :)
    Besos, amiga:>

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  2. Gracias, Mati! sí, me parece divina la idea! Besos!

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