Como lo había prometido, aquí va la segunda entrega del panel en las Jornadas "La vuelta a Cortázar en ochenta voces" el día viernes 7 de noviembre. En este caso, publico la ponencia presentada por la Prof. Bárbara Barrangú egresada del IES N° 1.
Lectores
y escritores y el placer casi perverso de irse desgajando línea a línea.
Prof.
Bárbara Barrangú
Hace
algunos días en una clase de 3er año, luego de leer el cuento “Llama al
teléfono, Delia” (Cortázar: 2007) de
Cortázar, Sofía levanta la mano y sentencia: “es como que a los cuentos de
Cortázar siempre hay que darles una vuelta de tuerca más”. Instantáneamente,
pensé dos cosas: La primera: si yo fuese escritora profesional, me encantaría
que alguien hiciera esa crítica sobre mis textos. La segunda: de eso
precisamente se tenía que tratar mi ponencia sobre literatura infantil, de las
vueltas de tuerca.
Me
explico: la metáfora de Sofía aplicada a Cortázar si bien es muy acertada es
reconocible para casi todos los que estamos acá presentes. Asiduos lectores
como somos de la obra de Cortázar (y el que no lo sea no va a reconocerlo en
este ámbito académico y mucho menos en el contexto de estas jornadas) podemos,
incluso, ponerle un nombre técnico a esto que ella llama “vuelta de tuerca”: el
elemento fantástico, la superposición de realidades, lo onírico, etc. Sin
embargo, muchas veces desconocemos que el campo de la literatura infantil está,
también, plagado de “vueltas de tuercas”. Que no se trata simplemente de cuentos
que describen “el aleteo de una mariposita que salta de flor en flor, en un mar
de diminutivos, adjetivaciones empalagosas y maravillosos sentimientos” como
expresa Ricardo Mariño en sus “Máximas y mínimas sobre estimulación de la
lectura”.[1]
Desde los espacios del Seminario “Literatura para niñxs y representaciones de
infancia”, las materias “Didáctica de la lengua y la literatura” y “Didáctica
de las letras” y, por qué no, desde las inquietudes personales, venimos
reflexionando acerca de la complejidad que presentan las obras literarias para
chicos y, enmarcado en este año cortazariano, me gustaría presentar un relato
que dialoga, homenajea y recrea la poética del autor de Rayuela. En otras palabras: que le da una vuelta más de tuerca.
En
este rincón, “Continuidad de los parques” de Julio Cortázar con cientos de
miles de lectores alrededor del mundo, infinidad de artículos que lo analizan y
reseñas que lo critican. En este otro, “El hombre sin cabeza” de Ricardo Mariño,
menos conocido internacionalmente quizás, pero vislumbrándose como una de las
promesas de esta temporada. Sabrán entender que si de metáforas se trata, la
idea del ring de boxeo para comparar poéticas no es una simple elección. Y,
como le pasaba a Cortázar de acuerdo a lo que relata en una entrevista brindada
en Madrid en el año 1983 (Crespo: 1995), tengo una tendencia a ponerme del lado
del más débil o, por lo menos, del menos conocido. Me veo obligada a aclarar
que el propósito de este trabajo no es enfrentar a ambos autores hasta encontrar
un ganador sino ponerlos en diálogo. No obstante, el imaginármelos en dos
esquinas de un cuadrilátero rodeado de cuerdas me resulta irresistible.
“Continuidad
de los parques” narra la historia de un hombre de negocios que se dispone a
continuar con la lectura de una novela que “había empezado a leer unos días
antes”, que abandonó por negocios urgentes”, “volvió a abrir cuando regresaba
en tren” y a la que volvió en la tranquilidad de su estudio. Revisando
antecedentes teóricos sobre el cuento, encontré algunas críticas a este
personaje – lector porque, parecería, no se interesaba de verdad en su lectura
si la interrumpía constantemente o la abandonaba por algo tan poco literario
como sus actividades laborales. Aparentemente, merecería su fatal desenlace
puesto que, además de poco sistemático, era un lector poco comprometido,
pasivo. Un lector “HEMBRA” (en palabras del propio Julio) decía un artículo si
no había sido capaz de darse cuenta de que la víctima de los amantes de la
cabaña del monte resultaría ser él mismo. En este primer punto, disiento
absolutamente. No, no porque sea una asidua defensora de personajes acusados
sino porque entonces debería aceptar que, indefectiblemente, en algún momento
llegarían Drácula, Mr. Hyde o hasta el mismísimo Lord Voldemort a cobrarse mi
vida pues yo tampoco soy, lo que diríamos, una lectora prolija que comienza una
novela y la termina en una tarde, que no mezcla esa lectura con otras que se le
van presentando en el camino y que hasta la abandona porque en algún punto la
aburre para retomarla después y descubrir que finalmente era apasionante o
desestimarla definitivamente porque le resultó soporífera. Entonces, o me pongo
del lado del hombre de los negocios urgentes o me siento a esperar a que la
“Liga de la Justicia Literaria” venga a por mí en cualquier momento. Puesta a
elegir, me quedo con la primera opción que me parece más beneficiosa para mi
persona. Además, el narrador nos permite reconciliarnos con el personaje –
lector cuando describe la escena de lectura, cuando nos relata su capacidad
para retener fácilmente los nombres y las imágenes, cuando lo describe
absorbido y dejándose ir por el libro que tiene entre las manos. Y, volviendo
al boxeo, cuando la ficción novelesca le gana el round casi en seguida.
A Luis Lotman, el protagonista del
cuento “El hombre sin cabeza” de Ricardo Mariño, le ocurre algo muy similar
aunque su oficio no sea el de lector sino el de escritor. Su relación con el
proceso creativo es igual de comprometido: se encuentra “inmerso en el clima
inquietante de sus propias fantasías” y “absorto en su trabajo”. El cuento que
intenta crear trata sobre un muerto que regresa a la casa en la que lo habían
matado cien años antes para vengarse sobre un descendiente de su asesino. Y
como casualmente, el escritor, habita una casona antiquísima en la que se había
producido un crimen, se le ocurre tomarla como escenario inspirador para su
relato. En “El hombre sin cabeza” el protagonista es alguien que como en el
cuento de Cortázar se relaciona íntimamente con la literatura.
La primera filiación insoslayable
entre los textos es que ambos reflexionan sobre los procesos de lectura y
escritura. Eso que, en teoría literaria, conocemos como metaliteratura.
El
narrador de Mariño se permite incluso hacer una suerte de definiciones de
categorías literarias. Dice acerca de los cuentos de terror:
Suelen tener dos protagonistas: uno que es
víctima y testigo, y otro que encarna el mal. El “malo” puede ser un muerto que
regresa a la vida, un fantasma capaz de apoderarse de la mente de un pobre
mortal, alguna criatura de otro mundo que trata de ocupar un cuerpo que no es
el suyo, un hechicero con poderes diabólicos…
Una
explicación más que acertada para referirse al género. Más adelante se atreve
con el concepto de verosimilitud:
Una
historia increíble puede parecer verdad debido a la lógica atinada de los
eslabones con que se va armando y a los vívidos detalles que crean el escenario
en que ocurre.
No sólo una esclarecedora reflexión
sino también la excusa perfecta para que
el personaje – escritor comience a recorrer su propia casa sólo alumbrado por
una vela para poder experimentar, ver, percibir e inquietarse como lo haría su
personaje – víctima. Ambos textos, decíamos, presentan dos niveles de ficción.
En primer lugar, la realidad del escritor o lector en cada caso, y dentro de ella, la ficción que está siendo
consumida o creada por dichos personajes. Como si se tratara de un juego de
cajas chinas pero con la particularidad que en algún momento se entrecruzarán y
fusionarán.
La principal diferencia que podemos
señalar entre el cuento de Cortázar y el de Mariño es a nivel estructural. El
cuento de Cortázar inicia con la presentación del personaje-lector, se sumerge
después en el argumento de la novela que este lee para finalmente, en un
segundo y último párrafo, alcanzar el
punto en común que provoca el efecto fantástico. “El hombre sin cabeza” es, en
cambio, algo más desorganizado. La presentación del personaje-escritor es
interrumpida por las reflexiones literarias del narrador y la ficción que
Lotman está creando se intercala con su propia realidad hasta que ya no
distinguimos cuál es cuál. El texto requiere de un lector despierto, un lector
que si funciona como un detective minucioso podrá ir recabando las pistas que
el narrador va diseminando por ahí y anticiparse al final. El tercer párrafo
nos dice:
Un
escritor sentado en su sillón, frente a una computadora, a medianoche, en un
enorme caserón que sólo él habita, se parece bastante a las indefensas personas
que de pronto se ven envueltas en esas situaciones de horror. Absorto en su
trabajo, de espaldas a la gran sala de techos altos, con muebles sombríos y una
lúgubre iluminación, bien podría resultar él también una de esas víctimas que
no advierten a su atacante sino hasta un segundo antes de la fatalidad.
Como este son varios los ejemplos que
demuestran que el narrador va preparando el terreno hacia un posible desenlace cortazariano. Sin embargo,
también nos muestra el punto de vista del personaje-escritor que, aunque emplea
sus propias experiencias para inspirarse, descarta la posibilidad de que su
personaje se asuste ante los extraños acontecimientos que va viviendo pues de
esa forma causarán un mayor impacto al lector. Luis Lotman dota a su personaje
de una valentía que él mismo no posee. Una vez más, encontramos el formato de
diálogo reflexivo acerca de la práctica de escritura del que de alguna manera
podríamos sustraer una suerte de “receta para escribir cuentos de terror”.
Otro punto de contacto entre Lotman y
el hombre de negocios del cuento de Cortázar es su relación con la obra
literaria. En ambos casos, son absorbidos por ella. Y ya no en el sentido
metafórico de la palabra sino considerando al término en toda su literalidad.
“El placer casi perverso de irse desgajando línea a línea” (p. 391) del que se
habla en “Continuidad de los parques” es el mismo que siente el personaje de
Mariño que escribe el cuento “de un tirón”. Como una suerte de Quijotes
modernos dichos personajes se enfrascan tanto en la ficción que ya no
distinguen entre esta y la realidad. Como al caballero de la triste figura,
esto los conducirá a un final infeliz.
Un sillón, quizás de terciopelo verde,
y un cuchillo o puñal suspendido en el aire en plena noche son el marco ideal
para el desenlace fatal. Pero también el puntapié para que los otros lectores y
escritores, nosotros, los de carne y hueso, traspasemos los límites del papel
escrito. En clase y luego de la sorpresa inicial terminada las lecturas, se
suceden las hipótesis: “el tipo lo mató”, dice algún alumno ávido de sangre.
“No –lo contradice un compañero- se da cuenta y lo enfrenta”. Les propongo que
adopten el recurso para escribir un nuevo texto. La consigna implica que en una
situación en la que hay dos realidades (una realidad-real y otra ficticia) los
hechos borren el límite entre ellas hasta convertirlas en una sola. Melina
elige como protagonista a un chico cuya tarea escolar es escribir un cuento.
Mientras la lleva a cabo se ve interrumpido por el ruido de ramas de los
árboles que golpean las ventanas y una caldera que gruñe “como tripas de
esclavo”. Las palabras “le absorben el cerebro y el alma”. El té que tiene
sobre el escritorio se enfría al igual que sus ideas. Más tarde, los policías
encontrarán un escritorio ensangrentado, unas hojas escritas y, a lo lejos, un
cuchillo un poco manchado. “La caldera interrumpió la tarea” que es como se
llama el cuento, le agrega un condimento más a este juego de cajas chinas. Una
alumna que tiene como tarea escribir un cuento, escribe uno en el que un chico
tiene como tarea escribir un cuento. El procedimiento podría extenderse hasta
el infinito.
El recurso nos invita a releer y a
escribir pero sobre todo a mirar con algo de resquemor por encima de nuestros
hombros cuando leemos que alguien es sorprendido mientras se pierde en una
ficción interesante. A estar atentos a
peligrosas sombras o a adoptar la sabia decisión de no sentarnos de espaldas a
la puerta cuando pretendemos dejarnos ir en una historia atrapante.
Ricardo Mariño, claramente ha leído a
Cortázar y ha decidido rendirle un homenaje en “El hombre sin cabeza”, lo que
quizás no se le ocurrió fue hacérselo leer también a su protagonista, a Luis
Lotman, porque estoy segura que de haberlo hecho hubiese tenido otro final.
Ya lo sabe, señor Lotman, para que
ningún hombre sin cabeza lo vuelva a sorprender en la tranquilidad de su estudio,
la próxima vez péguese algunas vueltas por Cortázar.
Bibliografía
Cortázar, Julio. “Continuidad de los
parques” en Cuentos completos, 1 – 2da. Ed., Buenos Aires, Punto de
lectura, 2007.
Crespo, Antonio (compilador). Confieso
que he vivido y otras entrevistas, Buenos Aires, LC Editor, 1995.
Mariño, Ricardo. “El hombre sin cabeza” en El
hombre sin cabeza y otros cuentos, disponible en http://www.imaginaria.com.ar/06/9/marino3.htm
Mariño, Ricardo. “Máximas y mínimas sobre la
estimulación de la lectura” Texto basado en la ponencia presentada por el autor
en la mesa redonda "La lectura continúa", realizada dentro del marco
de las Jornadas para Docentes y Bibliotecarios "Escenarios para la
promoción de la lectura" en la 15ª Feria del Libro Infantil y Juvenil
(Buenos Aires, julio de 2004). Disponible en http://www.imaginaria.com.ar/13/6/maximas_y_minimas.htm
[1] Texto
basado en la ponencia presentada por el autor en la mesa redonda "La
lectura continúa", realizada dentro del marco de las Jornadas para
Docentes y Bibliotecarios "Escenarios para la promoción de la
lectura" en la 15ª Feria del Libro Infantil y Juvenil (Buenos Aires, julio
de 2004). Disponible en http://www.imaginaria.com.ar/13/6/maximas_y_minimas.htm
Leí con mucho entusiasmo este texto y me resultó muy enriquecedora la comparación entre La continuidad de los parques y El hombre sin cabeza. También me parecieron muy astutos los ejemplos de las escrituras de los alumnos.
ResponderEliminarGracias Adriana por el comentario!
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