Retomando la actividad luego del receso escolar, comparto con ustedes la presentación que hice en el Foro Libros como ventanas. Nuevas
construcciones narrativas en el marco de las 24° Jornadas para Docentes y
Mediadores de lectura, el jueves 24 de julio de 2014
Infancias y literatura: masculinidades hegemónicas y alternativas en la
LIJ latinoamericana
por. Valeria Sardi
Pensar
en infancias y literatura es pensar en una relación compleja y cambiante, en
lectores y lectoras, en niños y niñas, en poéticas de autorxs, en el diálogo
posible entre un discurso de alto impacto como el literario y lxs destinatarixs
de esos textos que leen desde sus propias experiencias socioculturales,
biográficas, vitales y sus itinerarios como lectores y lectoras.
Pensar
en infancias y literatura implica volver a mirar de qué infancias hablamos en
nuestra contemporaneidad, quiénes son esos niños y niñas, cómo configuran sus
identidades, qué experiencias lxs atraviesan y cómo la literatura puede
interpelarlxs en su diversidad. Es decir, pensar en infancias en Latinoamérica
es tener en cuenta que la infancia es una categorías sociohistórica que fue
cambiando a lo largo del tiempo y que si queremos dar cuenta de cómo se piensa
hoy necesitamos anclarla en nuestro contexto sociohistórico dando cuenta,
además, de los múltiples discursos que la atraviesan y la conforman como tal.
En este sentido, entonces, pensar en infancias es dar cuenta de diversidad de modos de habitarla,
transitarla; de múltiples modos de ser niño/a en tanto diversas trayectorias de vida, recorridos,
formas de vinculación sociocultural y de socialización primaria.
Podríamos
empezar planteando la necesidad de que, a partir de pensar las infancias, en
plural, es necesario poner en crisis, en principio, ciertos enunciados
hegemónicos acerca de lo que es ser niño o niña, o mejor dicho, ciertos
estereotipos acerca de la femineidad y masculinidad que en el mercado destinado
al público infantil son moneda corriente –no solo en la industria de los
juguetes, el entretenimiento y la moda sino también en la literatura-; por
ejemplo, la creencia de que todos los varones y todas las mujeres deben encajar
en el molde de un auto azul y una muñeca rosa, de una literatura para nenes y
una literatura para nenas a partir de la idea de que ciertas temáticas serían
más afines a los varones y otras más cercanas a los intereses de las nenas
homogeneizando no solo el gusto literario sino también a lxs lectorxs. Así, por
ejemplo, en el mundo de los juguetes o las colecciones de figuritas siguen
estando bien diferenciados los universos de las nenas y los nenes por sus
intereses románticos o en el deporte respectivamente; en el caso del uso del
espacio, de la recreación y el cuerpo también se establece de manera distintiva
cuál debe ser el comportamiento de los varones y de las mujeres –los juegos vinculados
con la fuerza física y la violencia y, por otro lado, los juegos domésticos
respectivamente-; el arreglo de la apariencia también reproduce el género y
construye la identidad sexual a partir del vestir y de símbolos que tipifican
lo masculino y lo femenino (Kogan, 1993). El universo infantil sigue estando
fuertemente marcado por los estereotipos que configuran masculinidades y
femineidades desde la infancia y que no dan cuenta de los diversos modos de
vivir el género que niños y niñas llevan adelante. Es decir, la cultura moldea
a varones y mujeres determinando sus comportamientos diferenciados.
Pensar
en infancias es también detenernos a mirar en las infancias que transitan las
calles, el hambre, las enfermedades evitables, la desnutrición. Esa infancia
también, como dice Graciela Morgade, “está surcada por relaciones de género,
porque aunque no tenga “Barbies” o “Segas”, cuando se dispone de muñecas y
pelotas, se les distribuyen a las niñas y a los niños, respectivamente.”
(Morgade, 2012:45). En el territorio de las infancias pobres está la imagen del
supermacho para los varones y la imagen de la “madrecita” para las chicas que
desde muy temprana edad ayudan a sus madres a cuidar a los/as hermanitos/as
menores o son responsables de niños/as propios/as fruto de violaciones o de la
ignorancia respecto de conocimientos para prevenir o interrumpir el embarazo. Asimismo,
las infancias de la pobreza y la vulnerabilidad dan cuenta de, por un lado, la
dimensión material de la infancia en tanto sujetos sometidos a la pobreza, el
hambre, las necesidades básicas insatisfechas y, por otro lado, son un ejemplo
contundente de la nuda vida, en
términos de Giorgio Agamben, es decir, aquella vida que no tiene valor, que
puede ser suprimida de manera impune; se trata de sujetos vistos como
desechables o, como los denomina Eduardo Bustelo (2011), parafraseando a
Agamben, niño sacer, pobres,
indigentes, que su vida no tiene ningún valor y que sus verdugos no pagan por
sus crímenes. Esta categorización de la infancia también da cabida a la
participación de niños/as en conflictos bélicos o en mecanismos criminales,
siendo una vez más objeto de operaciones de poder que lxs colocan como vidas
desechables, sin derechos.
Pero
también están aquellas infancias de la clase media o alta que devienen en
objetos del capitalismo infantil, como lo denomina Eduardo Bustelo, en tanto
objetos del mercado y, a su vez, consumidores de lo que el mercado ofrece y
reproductores de la configuración de la infancia que el capitalismo ofrece en
el cine, la industria del entretenimiento, la comida, la tecnología, etc.
Pensar
en infancias, entonces, es dimensionar una multiplicidad de aristas posibles,
de modos de concebirla y de habitarla en la complejidad del contexto
contemporáneo.
Estas
infancias, en su complejidad, habitan la literatura latinoamericana y, cada vez
más, se hacen presentes en su diversidad en los textos que autores y autoras
crean para el público infantil. De allí que muchos de los temas que se abordan
en la LIJ Latinoamericana dan cuenta de modos diversos de transitar las
infancias y, a su vez, de cómo la literatura las representa, alejándose de una
configuración de la infancia idealizada o descontextualizada.
En
este panorama de las infancias en la literatura infantil y juvenil, quiero
detenerme específicamente en cómo se configuran las masculinidades en esta
literatura, cómo se construyen los personajes masculinos en las historias que
se cuentan y qué discursos sobre lo masculino se presentan en los textos del
corpus de la LIJ latinoamericana. Esta temática que en los estudios de género
recién se inicia a partir del año 2000 cuando comienza a estudiarse y a ponerse
en discusión el comportamiento heterosexual como garante de la masculinidad del
varón, la afirmación del sentimiento de superioridad y poderío físico por parte
de las masculinidades hegemónicas con respecto a masculinidades alternativas
que no necesariamente se incluyen dentro de la homosexualidad y se visibiliza
la masculinidad hegemónica como un dispositivo histórico que regula y normaliza
las relaciones de género, en la LIJ viene desarrollándose desde hace algunos
años en la literatura para niñxs europea pero es bastante reciente en al LIJ
latinoamericana.
¿Qué
entendemos por masculinidad? Algunos autorxs definen la masculinidad como una
posición en las relaciones de género y los efectos de esa posición en la
experiencia corporal, de la personalidad y de la cultura. Y, en este sentido,
la masculinidad hegemónica encarna la legitimidad del patriarcado que garantiza
la posición dominante de los hombres y la subordinación de las mujeres. La
masculinidad hegemónica da cuenta de una visión esencialista sobre el varón
vinculado con la fuerza física, la violencia, el deporte, la negación de la
sensibilidad y las emociones, la diferenciación de lo femenino, que ha sido
escasamente discutida porque es algo aprendido a lo largo de la vida y de la
cultura y, además, porque ha sido largamente invisibilizada a lo largo de la
historia; como señala Guacira Lopes Louro (1990) la sexualidad no es una
cuestión personal sino una cuestión social y política que es aprendida a lo
largo de toda la vida de muchos modos por todos los sujetos a través de las
pedagogías de la sexualidad que se ponen en juego en la escuela, en la familia
y en el núcleo de socialización primaria de los niños.
Algo
de esto es lo que está puesto en discusión, acaso tímidamente, en el texto Las hadas brillan en la oscuridad de
Graciela Beatriz Cabal (2009, Norma).
Cabal ha sido una de las primeras
escritoras de la LIJ argentina que puso en cuestión la construcción de
estereotipos de la femineidad en textos como La señora Planchita o Las
rositas, donde se proponían otros modos de vivir la femineidad, otros modos
de ser mujer o niña. En Las hadas brillan
en la oscuridad se cuenta la historia de un chico, Nanu, que vive con sus
padres y un día se encuentra en el patio con un hada que, además, le confiesa
que está enamorada perdidamente de él –a pesar de tener más de cien años- y que
se lo quiere llevar a su reino. La abuela, como en muchos textos de Cabal, es
la única que le cree y que va a ayudarlo a salir de esta situación complicada.
A lo largo del texto, en distintos momentos, Nanu, el niño protagonista, va a
ser objeto de las pedagogías de la sexualidad por parte de su padre, preocupado
por la masculinidad de su hijo. Así al inicio del texto, cuando Nanu le cuenta
que hay un hada en el patio, su padre le responde “-¿Otra vez con jueguitos de
mujeres, Nanu? Te dije que no me gusta…” (Cabal, 2009:10) estableciendo con esta
pregunta la creencia de que habría juegos distintivos para nenes y nenas y
jugar con hadas no sería algo apto para varones. En la página siguiente, Nanu
reflexiona acerca de la belleza del hada y entre paréntesis la autora incluye
los pensamientos del personaje –recurso que ya había utilizado en Toby – y dice “(Yo, cuentos de hadas, no
tengo en mi casa, porque mi papá no quiere. “Cosas de nenas, los cuentos de
hadas, dice mi papá.)” (Cabal, 2009:11). Nuevamente, la voz del padre como voz
del mandato masculino hegemónico que establece que existiría una literatura
para niñas y una para varones donde las hadas no serían los personajes
protagónicos, partiendo de una posición biologicista y psicologista en torno a
lo que es bueno para los varones y en relación a lo que los varones pueden
hacer o son, estableciendo un estereotipo para la categoría varón y mujer. Además, en esta apreciación del padre se
vincula la lectura con la diferencia sexual de manera universalista -y Cabal,
hace resonar esta intervención del padre con cierta creencia social en torno a
cuáles serían los textos para niñas y cuáles para varones-, estableciendo que
los cuentos de hadas son para nenas sin considerar la agencia de los sujetos,
en este caso de Nanu, en tanto posición de sujeto como inscripción subjetiva,
fluida, cambiante, móvil, dinámica (Purcell-Gates y otros, 2011:34) que hace
que lxs sujetos sean agentes activxs que leen desde sus propias historias de
vida, itinerarios de lectura, biografías, etc.
Hablando
de cuentos de hadas donde se pone en tensión el estereotipo de las hadas y los
príncipes es el cuento “El anillo encantado” (1993, Sudamericana) del libro de
cuentos homónimo de la escritora argentina María Teresa Andruetto donde se
cuenta la historia de Ifigenia que enamora al emperador Carlomagno y éste deja
todo por su amor hacia ella. Una tarde Ifigenia muere y el emperador hace
embalsamar su cuerpo y no quiere separarse de él.
El Arzobispo, preocupado por
esta situación, y sospechando un hechizo, revisa el cadáver de Ifigenia y
encuentra en su boca un anillo con una piedra azul. El Arzobispo retira el
anillo, Carlomagno entierra el cadáver y se enamora del Arzobispo. Así el
anillo va pasando de mano en mano, y produciendo enamoramientos de Carlomagno
hacia distintos varones que se cruzan en su camino con el anillo. En el texto,
el narrador dice que “el hombre, asustado por este amor extraño, empezó a
correr con el anillo en la mano, y el Emperador tras él.” dando cuenta de cómo
se sentía él con este amor de Carlomagno y cómo era visto como extraño ese amor
entre dos varones. Esta forma de denominar esa relación amorosa entre dos
varones se vincula con lo queer, en
tanto aquello fuera de lo normal, monstruoso, fuera de lo esperable, que
sorprende a los varones del relato y establece un diálogo con los supuestos del
lector/a.
Lo queer, como señala Siqueira Peres (2013)
se caracteriza no solo para referirse a las más variadas formas de disidencia
sexual y de género, sino también para referirse a todas las formas de identidad
que se distancian de lo normativo y lo hegemónico como clase social, etnia,
edad, etc. Lo queer, entonces, se
refiere a aquellas identidades que se construyen desde fuera de los binarismos
y de los universales. En este sentido,
podemos leer el libro álbum El niño gato (2013,
Sm) de Triunfo Arciniegas y Dipacho,
en el que un niño se siente exiliado del universo de los niños y del universo
de los gatos, no forma parte de ninguna de las dos comunidades.
Desde la
dimensión identitaria, el niño gato es un niño pero distinto con ojos, orejas y
bigotes de gato y, es un gato distinto porque no le gusta comerse los
ratones. A su padre no lo conoció porque
se fue a la guerra y nunca regresó y su madre, agobiada por los males de la
guerra y la soledad, se suicida. El niño gato creció solo como tantos niños de
la calle, niños sacer, “los niños lo
consideraron gato y los gatos lo confundieron con un niño” y con la fantasía de
poder ser como los otros, o niño o gato. Un niño gato que vive aislado de los
demás en la escuela hasta que llega una niña gata que es como él y que disfruta
de la sensibilidad de la naturaleza, recibe sus cartas de amor y disfruta de
compartir con ella su singularidad. El niño gato representa aquel que construye
su identidad en la soledad de una masculinidad alternativa, que disfruta de la
lectura, de la naturaleza y de aullarle a la luna, que es sensible y que se
deja llevar por sus emociones, que es en su singularidad fuera de la norma y de
lo establecido. Esta dimensión identitaria no hegemónica está reforzada por las
ilustraciones de Dipacho que habilitan otras lecturas al texto, mostrando la
particularidad del niño gato respecto de los otros animales o los otros niños,
su oscuridad, su desinterés por el fútbol y lo escolar, su soledad y
ensimismamiento, su no pertenencia a
ningún colectivo.
Algo
de eso también le pasa a un color en el libro álbum del escritor e ilustrador
brasileño Ziraldo, Flicts editado por
primera vez en 1969 y reeditado recientemente por Ediciones Continente (2013).
Flicts
un color que es “muy raro y muy triste”,
que no encuentra su lugar en el universo de colores porque todo es de color
pero nada es flicts, que es discriminado por ser diferente, por no entrar en
los cánones, por no tener lugar en las banderas, ni en el arcoíris, ni en la
caja de lápices, ni en ningún trabajo. Luego de recorrer el mundo, Flicts
descubrió que “nada en el mundo es Flicts o por lo menos nada quiere serlo”,
que era un color aislado, exiliado, discriminado. Por eso un día se cansó de
buscar su lugar y desapareció, para reaparecer, escondido, en la luna que es
color flicts. Flicts podría ser cualquier niño diferente, singular, con una
identidad sexual y/o étnica diversa en tanto aquello monstruoso, es decir,
ambivalente, mezclado, horrible, desordenado, distinto, intermedio (Fernández,
2013); un niño que no puede ser inscripto en las taxonomías establecidas que
produce rechazo, miedo, violencia por su anomalía y que puede hacerse visible
solo para aquellos que están dispuestos a mirar por detrás de las apariencias,
por detrás de las máscaras, de los prejuicios, las ignorancias y los
desconocimientos. Flicts se
estructura en una construcción narrativa donde textos e imágenes conviven y se
entraman para dar cuenta de la historia de este color; la página deviene un
espacio gráfico donde los textos se presentan en distintos tamaños y
tipografías y los colores configuran formas diversas que excluyen o incluyen a
flicts. El texto y la imagen arman el relato en una relación interdependiente
de una enorme sencillez y potencia narrativa.
Otro
texto que aborda lo queer en la LIJ
latinoamericana es El vestido de mamá (2011,
Criatura editorial) del escritor uruguayo Dani Umpi y Rodrigo Moraes, un relato
donde un niño juega con el vestido de su madre y el vestido cobra una dimensión
enorme desde la mirada del niño, sus fantasías y sus deseos de usar ese
vestido.
El niño habita, a través del vestido, su propia femineidad en su
masculinidad, saliéndose de la norma y actuando el género performáticamente. Es
así como el vestido es descripto desde su materialidad, con su “tela mágica” y
su brillo particular a la luz del soll; como un disfraz que le permite al niño
ser otro y jugar a ser otro mirándose en el espejo, pero también ser víctima de
la mirada de los otros que se burlan de que el niño use el vestido de mamá. El
vestido es como una armadura que lo transforma, lo hace sentirse especial y los
demás lo ven como distinto, raro, extraño, fuera de la norma. Desde lo visual,
se refuerza el protagonismo del vestido verde, brillante y con piedras frente a
la oscuridad que hay cuando el niño está triste; asimismo, en una estética del
cómic se trabaja la línea cinética como forma de dar diversos sentidos a la
ilustración, como por ejemplo, cuando los padres al verlo con el vestido se
horrorizan. El vestido de mamá es un
relato donde lo queer está dado por
cómo el niño usa una vestimenta que desde la norma no forma parte de los
cánones masculinos hegemónicos y cómo a través de ese vestido se permite
fantasear e imaginar otros modos de vivir su masculinidad.
Pero,
como decíamos al inicio, las representaciones de masculinidades en la LIJ
latinoamericana no siempre muestran la diversidad sexual o las masculinidades
alternativas, también se problematiza el estereotipo del varón patriarcal. Este
es el caso de la novela No comas
renacuajos (2012, Babel libros) del escritor colombiano Francisco Montaña
Ibáñez donde las masculinidades hegemónicas conviven con los estereotipos de
las niñas destinadas a los cuidados de los hermanos pequeños y las tareas
domésticas.
No comas renacuajos relata
la historia de cinco hermanos, tres varones y dos niñas, que viven solos a
causa de los conflictos bélicos ya que su madre ha muerto y su padre ha sido
desplazado. Cinco hermanos que buscan sobrevivir a las penurias, el hambre, la
desocupación, el no acceso a la educación ni a la salud, abandonados por sus
padres pero también por el Estado. Niños sacer,
como decíamos antes, pobres, indigentes cuya vida no tiene ningún valor y los
adultos los consideran desechables.
El
texto se construye como una novela polifónica donde dos voces dan cuenta de la
narración que estamos leyendo. Por un lado, un narrador en tercera persona que
presenta y relata la historia de los cincos hermanos; por otro lado, una
narradora niña que conoce en un hogar a David, uno de los cinco hermanos que es
descripto como “inmortal” y que tiene la particularidad que señala a sus
compañerxs con el dedo como si disparara un arma. Los dos narradores dan cuenta
de los dos niveles de la historia, por un lado, el presente de la narración
donde se relatan las penurias que viven los cinco hermanos y la difícil
decisión de Héctor, el hermano mayor, que luego de no conseguir trabajo y no
encontrar una salida para sus hermanos decide matarlos y, por el otro, el relato
de qué fue de la vida de David, uno de los hermanos, que sobrevive al disparo
de su hermano y termina en un hogar estatal donde conoce a la niña que narra su
historia. Los dos niveles presentan también dos estilos narratológicos; el
primero es donde hay más diálogos y la prosa es más sencilla y, el segundo,
donde el escritor juega con el discurso poético en la voz de la niña. Dos voces
que, a su vez, presentan las voces de los otros personajes niñxs pobres y
abandonadxs a los que se alude para narrar una historia compleja desde lo
estructural y desde lo temático.
El
personaje de Héctor, el hermano mayor de David, está construido como un joven
de trece años que representa el varón patriarcal, el macho proveedor que
trabaja para llevar adelante la economía de la casa y que sigue el mandato
paterno de no separar a los hermanos aunque sufran hambre y miseria. Héctor
busca distintos caminos, algunos ilegales, para tratar de salir adelante con su
familia, sus hermanos pero la vida le muestra que no hay opciones y que la
única salida a tanta desesperación es la muerte. Al fin y al cabo se trata
también de un niño prisionero de una situación de hambre y desconsuelo que no
encuentra otra salida a tanta desesperanza. Luego de la búsqueda desesperada de
comida y la escasez, David caza renacuajos para comer. Su hermano mayor obliga
a cada uno de sus hermanos y hermanas a comer los renacuajos y, luego, decide
que es hora de ponerle punto final a tanta desesperanza. El autor, de manera poética, relata esa
situación tremenda: “Cinco explosiones sin ningún grito se mezclaron dócilmente
con la lluvia de pólvora que reventaba el cielo saludando al niño Dios.”
(Montaña Ibáñez, 2012148) David, en cambio, es aquel que sobrevive a esa tragedia
familiar porque, como recuerda al final de la novela, vomita los renacuajos y
busca otros caminos para poder salir al mundo, ya no indemne, pero al menos con
la esperanza de que otra vida es posible.
Este
panorama acotado por la LIJ latinoamericana nos permite observar cómo autoras y
autores están explorando nuevas maneras de mostrar las masculinidades en textos
para el público infantil dando cuenta de que es necesario repensar las
infancias apartándose de los binarismos y universalismos reduccionistas. Pero
no se trata solo de abordar temáticamente la cuestión de las masculinidades
alternativas y problematizar las hegemónicas sino también aportar una mirada
estética sobre las infancias, sin perder de vista que estamos hablando de
literatura y, en tanto tal, no podemos dejar de lado la polisemia y las múltiples
significancias. Creo que es importante señalar esto sobre todo teniendo en
cuenta que, a partir de la presencia de los activismos en la LIJ, nos
encontramos con autorxs y editorxs que solo piensan en incluir ciertas
temáticas perdiendo de vista la dimensión estética y literaria. En este
sentido, creo que vale la pena recordar las palabras de Gustavo Roldán “de
buenas intenciones está empedrado el camino al infierno. (…) lo fundamental
sigue siendo la belleza, la búsqueda de lo bello, aunque no siempre se lo
consiga.” (Roldán, 2011:83).
Bibliografía
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Guau, qué lujo este post-ponenicia!!! Interesantísima discusión, sobre todo porque las cuestiones de género están mucho más visibles que antes y muchas veces los adultos no saben(mos) lidiar con ellas en los niños. Veo muy apropiados algunos de estos cuentos -y tu post en sí- para trabajarlo en mis clases con futuras docentes. Tomo nota de TODO.
ResponderEliminarBesos, amiga:>
Gracias, Mati, por tu comentario. Sí, de eso se trata, de visibilizar estas tensiones de género ya desde la infancia.
ResponderEliminarBesos,
¡Qué interesante tu presentación, Vale, felicitaciones! Me apunto también los textos que tengo pendientes. Anoche, una alumna compartió en la clase de Literatura el texto La historia de Julia, la niña que tenía sombra de niño, y su propuesta generó un enriquecedor debate en la clase.
ResponderEliminarUn beso,
Natalia.
Gracias, Natalia! sí ese texto que comentás es bien interesante!
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