Sábado con sol, almuerzo con un vino rico para brindar y
paseo por el Parque Rivadavia. Primera experiencia de canje de libros. Una
amiga nos guía en el laberinto de los puestos del parque. Y, luego, llegamos al
puesto 41, el de Ana, de la que tanto he oído hablar, aquella vendedora que
pasó por Filo hace unos cuántos años, que le gusta mucho la literatura para
niñxs y que te reconoce el cincuenta por ciento del valor del libro que lleves
para canjear. Ana se alegra cuando ve que voy directo a la zona donde están los
libros para niños. Reviso, me detengo a leer alguna contratapa, encuentro mi
amado Toby y mi delicado El país de Juan. Ya los tengo. Sigo
mirando y separando algunos títulos. Ana, cálida, me muestra los otros libros,
los libros ilustrados y libros álbum que tiene más allá, casi como escondidos,
entre un mar de libros y más libros.
De todos los libros que compré esa tarde de sábado, elegí
tres para reseñar aquí.
Veintitrés historias
de un viajero de Marina Colasanti (Norma, 2010), un ejemplar nuevo a mitad
de precio, con ilustraciones de la propia autora. Una historia en la tradición
de Decamerón de Bocaccio, un viajero
que llega a las tierras de un príncipe con miedo, oculto detrás de murallas
altísimas que “no bastan para detener el miedo”. Un viajero que viene de lejos
y viaja con destinos lejanos se detiene en ese reino. Un viajero “un hombre
para quien el mundo es un abanico abierto”. Un viajero que cuenta historias y
que tuerce el destino de ese príncipe que decide ser otro y viajar hacia donde
lo lleve el viento, o hacia donde el viajero marque su destino. Uno, dos, tres
relatos por día; o un relato por día va tejiendo la estructura de esta novela
narrada que se narra a medida que vamos leyéndola, entre el marco de la
historia en el que príncipe y viajero hacen una trayectoria hasta la frontera y
las historias que narra el viajero. Deliciosas y sutiles historias de
personajes atrapados por el amor, la muerte, el prejuicio, el poder, el mal, la
opresión, la codicia y la libertad. Y un destino más allá de la frontera.
Manta de estrellas de
Ricardo Lísias e ilustraciones de Itziar Ezquieta (OQO editora, 2005), un
exquisito libro de tapas duras y sugerentes ilustraciones. Una novela en
veintiséis capítulos que narra las vicisitudes de un niño de la calle, de un
niño que trata de escapar de la rutina dolorosa de los sin techo y sin comida a
través de la posibilidad de aprender a leer y escribir. Un mundo de desamparo y
dolor, de miedo a los más fuertes –ajenos o cercanos-, de deseo de ser otro, de
enorme desigualdad. Un cura que acompaña ese estar en el mundo con la provisión
de comida, alguna ropa y la posibilidad tal vez de alfabetizarse y que menino considera como un refugio
mientras dura de esa realidad hostil. Y la imaginación como salida en unas
piedras donde el juego se inscribe y la noche puede ser un reparo o una
amenaza.
Las ilustraciones metonímicas con predominio de negros, blancos, rojos, azules y grises van construyendo otra lectura posible del texto verbal y nos abrigan, aunque sea por un rato, de la historia desoladora del menino.
La montaña de
Einar Turkowski (Libros del Zorro Rojo, 2012). Una montaña como metáfora de
desgracias y pesadillas en un país donde
la realidad se construía al revés de lo esperable. Una montaña que cambiaba a
aquellos que se atrevían a desafiarla y escalarla. Una montaña hostil que
desplegaba historias de viejas y chismes en la comunidad. Una montaña para ser
narrada. Y un caminante que sorprendido por el cartel ¿“Sabés ver?” al pie de
la montaña, se animó a conjurar los miedos y recorrerla. Escalar la montaña
como un viaje impredecible que descubre dimensiones ocultas a los ojos pueriles
de los mortales, presenta matices sorprendentes, colores extraños, una escalera
que lleva a no se sabe dónde, un lugar donde todo está por ser descubierto si
se sabe mirar detrás de las apariencias.
Tres libros, entre tantos, que estaban esperándome ahí, en
ese puesto del parque Rivadavia. Tres historias que son muchas historias en
tanto lectorxs querramos descubrirlas.
Espero que les gusten estos tres hallazgos y vayan por más al Parque Rivadavia.
Besos,
Qué hallazgos, Vale! Quiero ir a tu casa y poder contarle alguno de esos cuentos a tu sobrinito, como la última vez...Te acordás?
ResponderEliminargenia Ana, me encanta la gente que ama lo que hace :)
Besos, amiga:>
Gracias, Mati! sí, me parece divina la idea! Besos!
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