Sabemos mucho acerca de cómo los/as artistas trabajan en sus
talleres, cómo se imaginan el mundo a través de su arte, cómo se dejan influir
y cómo se distancian de sus influencias artísticas, qué materiales prefieren
usar y cómo les gusta mostrar sus creaciones. Pero ¿cuánto sabemos acerca de lo
que sienten los materiales con los que esos artistas trabajan? ¿Qué pensará ese
lápiz diminuto que llevo en mi cartuchera para dibujar o escribir cuando tengo
ganas?
Drew Daywalt se anima a inventar una historia donde los
crayones son los protagonistas y Oliver Jeffers imagina el relato de estos
crayones quejosos a través de sus mágicas ilustraciones en El día que los crayones renunciaron (FCE, 2014).
La historia se inicia cuando Duncan, el niño de esta
historia, descubre un montón de cartas cuando en la escuela va a usar sus
crayones. A partir de ahí el relato se construye con la inclusión de las cartas
que cada crayón de su caja le envía a Duncan contándole cómo se siente y
haciéndole distintos pedidos.
A medida que avanzamos la lectura, vamos
conociendo las cartas que le enviaron los crayones a Duncan y, lo interesante
es que hay un uso de la doble página para presentar en una página las cartas escritas
por los distintos crayones con la grafía de Jeffers –nos preguntábamos con
Natalia, quien me prestó este libro, cómo habrán hecho para imitar su escritura
en la edición en español- y en la otra los dibujos que hizo Duncan con el crayón
de cada color. Por ejemplo, por nombrar solo algunos, el crayón rojo le escribe
que está cansado de trabajar tanto porque siempre lo usa para pintar camiones,
bomberos, manzanas, Papá Noel, corazones, etc. y está muy gastado; el violeta
le reclama que aprenda a pintar dentro de las líneas porque se está volviendo
loco; el color beige se queja de que no sepa cuál es su verdadera identidad y
que lo deje de lado para pintar; el gris le pide que no pinte tantos animales
grandes como elefantes y ballenas porque se cansa de hacerlo solo; o el Rosa
que le reclama por qué no lo usa, que no es solo un color para pintar
princesas. Asimismo, en algunas dobles páginas, nos encontramos con la
carta y en la otra página con la imagen de un libro para colorear o con una
hoja dibujada o con la imagen del crayón de acuerdo a cómo se siente en ese
momento.
El cierre del relato es una apuesta a la imaginación y la
creatividad de Duncan que tiene en cuenta los pedidos de los crayones.
El día que los
crayones renunciaron de Drew Daywalt y Oliver Jeffers nos invita a ponernos
del otro lado, a mirar cómo los materiales para el dibujo y la escritura pueden
sentir y pensar el hecho creativo desde sus propias experiencias y
sentimientos.
¿Alguna vez te preguntaste qué pensara que usás para
escribir tus ideas o el lápiz que te traslada a mundos imaginarios?
Nunca pensé cómo sería si esos elementos cobraran vida pero la idea de la animación de objetos me resulta fascinante como imaginaron los guionistas de Toy story al darles vida a los juguetes de Andy.
ResponderEliminarUna vez más, Jeffers me emociona con sus ilustraciones y, en este caso, se asocia a un escritor que tenía una bella historia que contar. Un beso, Natalia.
Sí, es un tema fascinante, sin dudas. Gracias por tu comentario, siempre enriquece.
ResponderEliminarBesos,